Seguro te ha pasado: ves a un bebé y automáticamente te sale el “hooolaaa”, “cuchi cuchi”, “gugu gaga”. Pero en cuanto hablas con un adulto, vuelves a la normalidad. Y te urge que tu hijo hable bien a como dé lugar.
O qué tal el amigo que se llama José Emilio, pero te pide que no le digas así porque le recuerda los regaños de su infancia. O el fortachón de 1.90 que sigue siendo “Ito” porque de niño no podía decir su nombre completo.
Ahora, piensa en esos niños rodeados de diminutivos y frases melosas (“mira mi vidita, toma tu carrito rojito”). Todo es ternura… hasta que llegan a la primaria y los critican por su forma de hablar.
En el punto de vista de la biología del desarrollo, desde el embarazo y, en especial, en los primeros años existen dos tipos de periodos: los críticos y los sensibles, que debes conocer para entonces dejar de hablar como lo haces a los bebés.
¿Por qué es clave hablarle bien a tu bebé?
Piensa en una oferta con 40% de descuento que acaba el 23. Si compras antes, ahorras; si esperas, podrías perderla. Así funcionan los periodos críticos del desarrollo: ventanas en las que el cerebro forma conexiones que durarán toda la vida. Si no se estimulan en ese momento, después será más difícil.
Uno de los más importantes ocurre desde el embarazo hasta el primer año y está ligado al lenguaje. Al nacer, el bebé puede hacer todos los sonidos posibles, pero lo que no usa, su cerebro lo borra. Es la poda neuronal: quedarse con lo útil y descartar lo innecesario.
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Después del primer año, sigue un periodo sensible: aún puede aprender sonidos nuevos, pero si no los escuchó antes, podría tener un acento marcado. ¿Qué hacer? Hablarle bien, sin exagerar ni infantilizar. Y si quieres que en el futuro tenga buen oído para otros idiomas, deja que escuche programas o noticias en esos idiomas.
¿Por qué tu hijo habla como lo hace?
El lenguaje no aparece por arte de magia, sino que se moldea con lo que el niño escucha. Según Vygotsky, antes de los dos años, el lenguaje es completamente social. Es decir, todo lo que oye influye en cómo hablará después.
Por eso, hay que poner atención a lo que se dice cerca de ellos, aunque no les hables directamente. Canciones, TV, conversaciones… todo cuenta. Si un día sueltas un “¿¡De dónde aprendió eso!?” tras escuchar un “¡Ah, cabrón!”, ya sabes la respuesta. Curiosamente, las malas palabras suelen ser de lo primero que aprenden.
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Antonio Rizzoli
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