miércoles, 19 de septiembre de 2018

Depresión posparto: la enfermedad negada

Siempre quise ser mamá. Crecí con la idea de que el día en que nacieran mis hijos alcanzaría la máxima felicidad ¿y cómo no?, si la mía frecuentemente me lo decía, además en nuestra cultura perdura la imagen de que una madre tiene que ser feliz… Aunque nadie nos hable de la depresión posparto.

 

¿Alguien te preparó para afrontar la depresión posparto?

 

En el patio de la escuela, encontré a mi príncipe azul; fuimos novios seis años y nos casamos en 1997. Dos años después estábamos listos para convertirnos en papás, y llegó el momento esperado: ¡estaba embarazada! al recibir la noticia me puse muy contenta, pero a las pocas semanas, comencé a sentirme muy cansada, irritable, enojada y con deseos de llorar todo el tiempo, no entendía el porqué.

Físicamente tampoco me encontraba bien, tenía muchas náuseas, vómitos y ganas de dormir todo el tiempo. Dejé mi trabajo, de hacer ejercicio y de ver a mis amigas, sin darme cuenta me fui aislando. No era feliz, vivía frustrada, ¿en dónde se hallaba la felicidad prometida? pero, claro, nunca se lo mencioné a nadie, ”eso no se dice”, pensaba. En marzo de 2000 nació nuestra amada Alexa, era extremadamente demandante y lloraba a unos decibeles exorbitantes y a todas horas.

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La lactancia no funcionaba como en la teoría, le costaba mucho trabajo conciliar el sueño, había nacido con la cadera luxada y yo tuve una recaída por la episiotomía, todo se complicó y no contábamos con el apoyo de la familia ni de los amigos. No me sentía ligada emocionalmente a mi bebé, ella empezaba a ser una carga. Me avergonzaba por tener estos sentimientos negativos y al mismo tiempo experimentaba una culpa enorme por no poder disfrutarla, lloraba a todas horas y sufría cansancio en extremo por estar sola con ella durante el día.

Poco a poco, mi autoestima se vio afectada, no lograba dormir, me sentía sola y era infeliz; me enojé con la vida y con mi familia, creía que me había fastidiado al tener un bebé. mi esposo y yo discutíamos a todas horas porque, a mi parecer, él seguía con sus actividades y yo estaba en casa encerrada.

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La maternidad no se había hecho para mí, era la “peor mamá del mundo”, pensaba que era la única que no la disfrutaba y eso me convertía en un pésimo ser humano. Veía a las demás siempre muy contentas con sus niños; tenía que estar equivocada. pero ¿por qué me sentía tan mal? No sabía la respuesta y jamás platiqué de esto por vergüenza, me guardé mi enojo, frustración e ira al grado de asfixiarme. Decidí no tener más hijos. Aelexa crecía y no lograba gozarla ni a nada en mi vida.

Una nueva aventura

Poco antes de que mi hija cumpliera tres años, mi marido me convenció de que necesitaba un hermano, para que compartiera con él, así que decidí darme una segunda oportunidad. Al poco tiempo me embaracé y ¡sorpresa!, iba a tener gemelos bicigóticos, no sabía si reír o llorar, aunque él estaba fascinado. Tener mellizos supone un embarazo de alto riesgo y en las primeras semanas presenté dos amenazas de aborto, por lo que mi ginecólogo me ordenó reposo total y permanecí en cama por seis meses. El encierro con Alexa provocó que mi estado de ánimo decayera notoriamente. Mis hijos, Harald y Anna, nacieron sanos y por parto natural en la semana 37, fue un gran logro mío y de ellos.

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Pronto llegó la hora de la verdad: cuidar sola a dos recién nacidos y a una niña de tres años se convirtió en una labor titánica que poco a poco terminaba con mi vida. Dejé de existir desde ese momento para dedicarme a ellos y me convertí en una muñeca en trance que todos los días realizaba las mismas tareas. No interactuaba con ellos, simplemente cubría sus necesidades básicas, no las emocionales; no me alcanzaba el tiempo ni tenía la energía.

Mi pareja dejó de interesarme, nos fuimos alejando, no tenía sentimientos claros hacia él y pensaba en el divorcio como salida. Indirectamente lo culpaba por lo que me sucedía. Llegué a pensar que había enloquecido, pues no dormía y tenía muy mal humor, mi cara se veía tensa y sin expresión. Creía que nadie me comprendía y comencé a planear mi suicidio… mi vida era insoportable y no parecía tener sentido. Así pasaron siete años.

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Una vez escuché por casualidad a dos mujeres que hablaban sobre un libro que había escrito la actriz Brooke Shields sobre depresión posparto ¿qué era eso? tenía que saber. Cuando lo tuve en mis manos, lo leí sin dejar de llorar; desde mi primer embarazo había presentado todos los síntomas descritos. ¿Por qué nadie me habló sobre esto?, le hubiera ahorrado muchos años de sufrimiento a mi familia. me autodiagnostiqué con este desorden mental, serio y destructivo para todos. Entendí que no soy la peor mamá y que millones de mujeres lo padecen; sentí un gran alivio al saber que no era culpable, que se trataba de una enfermedad, y lo más importante: que sufría un trastorno tratable.

Aprendí que las depresiones no desaparecen “echándole ganas”, ni “con buena actitud”, tampoco “sonriéndole a la vida” como muchos creen.

La ayuda que necesitaba para superar la depresión posparto

Ese mismo día busqué apoyo profesional y comencé con el tratamiento. Aprendí que las depresiones no desaparecen “echándole ganas”, ni “con buena actitud”, que tampoco “sonriéndole a la vida” como mucha gente cree. El tema me interesó bastante, pasé horas buscando información en internet, visitando las principales bibliotecas de mi ciudad, acudiendo a universidades, centros psiquiátricos y para la mujer, pero no había nada sobre depresión posparto (Dpp) en español.

Sentí una enorme responsabilidad de difundir el tema ya que miles de mujeres en México sufrían el mismo infierno sin estar conscientes, culpándose por ser malas mamás, y sin poder disfrutar esos años irrepetibles con sus hijos. entendí por qué la sociedad no habla de la Dpp: es un tema tabú.

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Encontré varias instituciones y organizaciones en el mundo que apoyan a quienes padecen este trastorno. Las estadísticas eran espantosas: una de cada cinco mujeres lo sufren. Al no encontrar ningún libro en español, decidí escribirlo, conseguí literatura en inglés y en alemán, y durante cinco años investigué, así nació Maternidad Tabú, una historia real sobre Depresión Posparto y una práctica guía informativa para la madre afectada, la pareja, familiares y amigos.

Mi proyecto global se llama maternidad tabú (maternidadtabu.mx); este programa me llena de alegría y satisfacción al poner mi granito de arena para crear un país emocionalmente más sano. es increíble darme cuenta de que he podido transformar la peor experiencia de mi vida, en la mejor.

Después de dos años de tratamiento, por fin estoy recuperada y disfruto a mis hijos, volví a ser yo y salvé mi matrimonio. El proceso de recuperación toma tiempo y requiere paciencia, pero vale la pena. ¡No dejemos que la depresión posparto se vuelva el ladrón de nuestra maternidad!

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Redacción bbmundo

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