Más de 60 días de distanciamiento social, de estar en casa, atender niños y trabajo, labores domésticas; asumir roles, de incertidumbre, de asumir una logística nueva en todo para funcionar (trabajo, escuela, compras esenciales, ejercicio), de cansancio físico y emocional. De fingir (muchas veces) que estamos bien y todo es “normal”; porque somos mujeres luchonas, fregonas, flexibles, resilientes, positivas, tolerantes, llenas de esperanza y de ganas… a cargo de todo lo que ya nombré y de lo innombrable también ¡paremos! ¡alto!
¡Basta con la idea de ser perfectas!
Hablo por mí, pero me atrevo a decir, en nombre de muchas otras mujeres, que estoy cansada, tengo miedo, ansiedad, preocupación y fastidio. Me frustra tener tanto a mi cargo y bajo mi responsabilidad. Unos días todo funciona como una máquina bien aceitada y otros no logro concluir una sola de las tareas que tengo que hacer o que creo que “tengo” que hacer. Espero mucho de mí, porque asumo que los demás esperan “mucho de mí” y son demasiadas las voces que entran a mi cabeza y corazón haciéndome creer que debo de mantenerme entera y “perfecta”. No puedo, no quiero.
Las redes sociales, los medios, las noticias, hasta los memes, nos dicen y recuerdan que hay que darlo todo, que debemos de estar alegres, felices, agradecidas, no subir de peso, hacer ejercicio diario (ojalá varias veces al día), comer saludable, cocinar saludable, trabajar a distancia, llevar la escuela a distancia, hacer las tareas, jugar con los niños, entretenerlos, hacer manualidades, cocinar, leer, atender la casa y a todos sus habitantes, ser espirituales y siempre con el mejor humor y de la mejor manera porque esta crisis es una gran oportunidad. Y lo es, pero para asumir de una vez y por todas, que ¡no! somos perfectas, que querer serlo es agotador y que además es irreal.
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Hace unos días compartí una foto (fingida y producida en Instagram) con pretexto del Día de la Madre, donde en la cocina estoy en medio de mis hijos, con la compu, el teléfono, los audífonos, los trates sucios, el trapeador, el trapo, mi libreta, la gelatina a medio servir, en tacones, con mini vestido y maquillada y peinada, con una sonrisa en la cara, feliz de hacerlo.
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No es posible vivirlo así siempre o todo el tiempo. No sé ustedes, pero mis días a pesar del tiempo de sobra, a veces son caóticos, mis pensamientos me han llegado a rebasar, hay días que literal no me importa qué vamos a comer y si fuera por mí, sería pura comida rápida. Luego entro en razón y asumo mi rol de super mamá y me vuelvo a poner al frente y cocino, y trato de llevar una rutina sostenible, lógica para mis cuatro paredes y aún y todo, no siempre lo logro.
Sumado a eso, están mis emociones, sentimientos e ideas, por no entrar en detalles de mis sueños y pesadillas en donde se manifiestan todos mis anhelos y preocupaciones (cuando logro dormir bien y de corrido), porque muchos días duermo pocas horas y eso afecta todo mi día. Me he cachado tratando de demostrar lo “bien” que estoy y lo “positiva” que soy, cuando en realidad, nadie me lo pide; me lo exijo yo misma, ¿para qué?, ¿por qué?, esa necesidad o necedad viene de mí, o es una exigencia externa que yo asumo ¿Es siquiera real intentarlo?
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Sí, si aprecio de manera infinita el tiempo que tanto pedí y del que no disponía, para estar en casa, en familia, con mis hijos, mi pareja, para poner atención en mi proyectos truncos, para leer el libro pendiente, hasta para adoptar mejores hábitos de nutrición y de salud, pero eso no significa que estoy en felicidad total.
Estoy cansada, ya me llegó el agua al cuello y muchas veces me siento rebasada por la situación. Me cae mal ver por todos lados esta propuesta irreal de estar y de ser “perfectas” en medio de esta crisis: que si sigue mi agenda, que si pon a los niños a hacer manualidades -obvio tú con ellos-, que si ten una cena romántica en tu espacio con tu “significant other”; que vete guapa, que qué alegría estar todo el día con las bendiciones, que si la receta saludable libre de grasa, gluten, azúcar; qué no seas fodonga y vístete lindo, que como es adentro es afuera… ¡Basta!
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En esta casa no paran la ropa sucia, los trastes, las cuentas por pagar, las llamadas de trabajo, los niños hambrientos, sedientos, preguntones y hasta mal portados. No para el “quehacer bendito”, el miedo a salir, a enfermarnos, a la situación general económica, laboral, emocional propia y de los que amo… No duermo bien, comemos a deshoras, termino de limpiar un espacio y ya tiene rastros de vida de nuevo en minutos porque vivimos aquí.
No se pueden las dos cosas: o eres, o pareces. Creo que hoy más que siempre corresponde ser, sentir, asumir y dejarnos ver como realmente somos, por dentro y por fuera, adentro y afuera. Unos días triunfando y otros no, está bien. Todos (o la mayoría) estamos en modo “supervivencia”, experimentando por primera vez en nuestras vidas muchísimos cambios y ajustes al mismo tiempo, mucho sufriendo pérdidas.
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Estamos conviviendo 24 x 7 con personas que (ojalá) amamos incondicionalmente, pero que también tienen sus propias emociones, ideas y sentimientos pasando en el mismo tiempo y lugar, estamos lejos de lo que nos gusta, limitados desde muchos lugares para sentirnos seguros y ciertos, sin el control de muchas situaciones que solíamos controlar.
Corresponde no ser, ni parecer perfectas. No tenemos que seguir la agenda ni la rutina de nadie, si acaso escuchar consejos y adaptar los que resuenen con nosotros, con nuestro momento personal y nuestra familia. Cada quien es un universo, cada madre tiene un mundo a su cargo, dejemos de parecer, dejemos de desear, de pretender y tratemos con todo el corazón dentro de nuestra humilde, posible y real humanidad, de hacer lo mejor con lo que tenemos a nuestro alcance y de estar en las mejores condiciones posibles para regresar a una “nueva y distinta” vida cuando esto pase, porque todo pasa y esto también.
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