Ser madre implica muchísimas cosas, pero ser una mamá perfecta más. Cada una no menos importante que la otra y eso implica un gran esfuerzo para asegurar que nuestros hijos resulten ser personas de bien, felices y con buenos sentimientos, pero que también se quieran a sí mismos. Un delicado balance para no inclinar mucho la balanza en ningún sentido y evitar con ello niños narcisistas o con baja autoestima. Antes esto no se puede bajar la guardia, ¿no es así?
¿Por qué quieres ser una mamá perfecta?
En la búsqueda de hacer las cosas casi perfectas, acabamos haciéndolas no tan bien. Olvidamos de pronto las tareas esenciales que tenemos para con los hijos y una de ellas es transformar su ansiedad en tranquilidad.
El niño es un ser que llega a aprender las reglas básicas de socialización que hemos construido y a enfrentarse también con las expectativas que sobre de ellos, consciente o inconscientemente, vamos creando.
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En este afán de que sean mejores, de que logren eventualmente posicionarse y alcancen las metas que pare ellos soñamos, los podemos arrastrar a un mundo altamente demandante, donde la prioridad deje de estar en “quién es” y se concentre en “qué hace” y “cómo lo hace”.
Como mamá perfecta nos alarma en estos tiempos el bullying y la discriminación hacia ellos, pero no siempre tomamos en cuenta su sentir con relación a su necesidad de darnos gusto y cumplir con toda una agenda de actividades que parece interminable.
Demandas, exigencias y recompensas cuando ha hecho lo que de él se esperaba. Incluso cuando no, le damos otra “oportunidad” para alcanzar los estándares que lo hagan sentir “adecuado” y que pertenece.
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Con esto no quiero decir que los menores no puedan o deban ser incluidos en actividades extra escolares, deportivas o grupales; es necesaria la socialización. Sólo digo que sería buena idea observar desde dónde lo estamos haciendo. ¿Le estamos enseñando al niño a ser feliz mientras cumple las reglas y normas de socialización o la prioridad está en lo segundo? ¿Estamos inculcando valores con el ejemplo o con sermones y comparaciones absurdas como un “cuando tú vas yo ya vengo”? ¿Estamos captando y transformando su ansiedad en aceptación incondicional y paz o no?
Cada una debe responder desde su sentir a este y otros cuestionamientos afines. Insisto, no para cambiar lo que se está haciendo bien, sino para observar si hay algo que podría hacerse o dejarse de hacer, para entonces sí ser la madre perfecta. Aquella que busca el bienestar y la felicidad de su hijo desde su ser y no únicamente desde su hacer.
Artículo publicado en la revista impresa No 105, en julio 2014
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