A escala mundial, se calcula que millones de niños presentan algún tipo de discapacidad auditiva. El efecto de esta condición no solo está relacionado con el nivel de pérdida auditiva, sino también con la edad en que se manifiesta, la prontitud del diagnóstico y la disponibilidad de intervenciones como audífonos, implantes cocleares y terapias del lenguaje.
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Es importante destacar que la pérdida auditiva o hipoacusia en la infancia es una condición que puede afectar significativamente el desarrollo del lenguaje, las habilidades comunicativas, el aprendizaje y la inclusión social de los niños.
Factores determinantes para la pérdida auditiva
Los motivos pueden clasificarse en factores hereditarios, complicaciones durante la gestación o el parto, infecciones, exposición a sonidos intensos, uso de medicamentos ototóxicos y lesiones físicas o traumatismos, entre otros. En numerosos casos, la hipoacusia puede prevenirse mediante acciones como el seguimiento prenatal, la vacunación en la infancia, el tratamiento oportuno de infecciones y la protección frente al ruido.
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1. Factores congénitos.
La pérdida auditiva presente desde el nacimiento puede deberse a factores genéticos o a eventos ocurridos durante la gestación.
Las causas genéticas son las más comunes. Las formas recesivas solo se manifiestan si el bebé hereda un gen alterado de ambos padres, mientras que las dominantes suelen aparecer en cada generación. El riesgo de transmisión puede evaluarse mediante estudios genéticos.
También existen causas congénitas no hereditarias, como infecciones maternas durante el embarazo (citomegalovirus, toxoplasmosis, herpes, rubéola, sífilis o VIH) o la exposición a ciertos fármacos o sustancias tóxicas.
2. Factores adquiridos.
La pérdida auditiva adquirida ocurre cuando un niño que nació con audición normal empieza a tener dificultades para oír. Muchas causas son prevenibles o tratables si se detectan a tiempo.
La más común es la otitis media, una inflamación del oído medio causada por infecciones de nariz o garganta. También existen las otitis externas, provocadas por bacterias o hongos, a veces por el uso de hisopos, que rara vez afectan la audición de forma grave.
Las infecciones del oído interno, como la laberintitis o la meningitis, requieren atención inmediata para evitar daños permanentes.
3. Factores neonatales o perinatales.
Nos referimos a los eventos asociados al parto que pueden provocar sordera en un recién nacido. La pérdida auditiva puede afectar a bebés prematuros (menos de 32 semanas de gestación) o con bajo peso al nacer (menos de 1500 gramos), a aquellos con niveles elevados de bilirrubina, a quienes reciben medicamentos con efectos ototóxicos, a los que requieren ventilación asistida por más de cinco días, o a los que sufren infecciones neonatales como neumonías o septicemias. En muchos casos, especialmente en bebés prematuros, varios de estos factores se presentan de manera simultánea.
En definitiva, la mayoría de estas causas son manejables, ya sea previniendo el daño o evitando la discapacidad asociada a la pérdida auditiva. Sin embargo, es fundamental una detección temprana para comenzar el tratamiento oportunamente y así proteger el desarrollo del lenguaje, el aprendizaje y la integración social. Por ello, es crucial realizar pruebas auditivas neonatales y seguimientos periódicos de la audición
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Gonzalo Corvera Behar.
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