Querida yo, antes de ser mamá… la maternidad sin filtros
El otro día, mientras veía una historia en Instagram, pensé: “¡Qué familia tan bella!”… todo parecía perfecto. Me caché anhelando un poco esa “perfección” y me reí sola, porque sé que detrás de cada foto bonita puede haber llantos, prisas y mil intentos fallidos. También sé que la mayoría compartimos solo una pequeñísima parte de lo que vivimos: lo bonito, lo que queremos celebrar. Las cosas buenas inspiran, y es natural querer mostrarlas.
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Lo sé porque yo también lo hago. Aunque a veces compartimos momentos vulnerables o frustraciones, la mayor parte del tiempo lo que subimos a estas plataformas es el lado más lindo de nuestra realidad.
La comparación inconsciente con lo que vemos en redes:
Eso es lo que pasa con las redes: vemos apenas un pedacito de la historia de los demás. Un porcentaje diminuto, cuidadosamente elegido. Y lo olvidamos. Incluso cuando las creadoras de contenido lo repiten —“esto es solo una parte de mi vida”—, nuestra mente insiste en compararse con esa vitrina incompleta. En parte, parece inevitable.
La maternidad real tiene mañanas de gritos para llegar a tiempo al colegio, noches de desvelo, culpas que se acumulan y dudas que pesan. Pero también tiene risas espontáneas, abrazos reparadores y momentos que llenan el corazón. Ese 360° de emociones rara vez cabe en una sola foto o en un Instagram Story.
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Y entonces nos pasa: sin darnos cuenta, empezamos a compararnos. Sentimos que no estamos a la altura, que nuestra maternidad es más caótica, menos “bonita” o “perfecta” que la que parece predominar en el mundo digital. Pero no es que nuestra vida esté mal: es que estamos midiendo nuestra realidad completa contra un fragmento editado de la de otros. Por eso es tan importante ser conscientes de lo que consumimos y de cómo eso influye en lo que sentimos, porque nuestro bienestar y salud mental merecen prioridad.
Hagamos juntas una reflexión:
Me gustaría invitarte a hacer un pequeño ejercicio: durante los próximos tres días, pon atención a las emociones que te generan las cuentas que sigues. Si detectas alguna que despierta ansiedad, envidia, frustración o simplemente no te suma… deja de seguirla. A veces cuesta, porque nos hemos acostumbrado a “saber” tanto de ciertas personas que sentimos FOMO al soltar. Como si quedáramos fuera.
Querida yo (y querida tú, que estás leyendo): la próxima vez que abras Instagram y veas esas vidas tan ordenadas y brillantes, recuerda esto: nadie enseña todo. No te compares con un fragmento curado y editado. Toma las riendas de lo que dejas entrar en tu mente y a tu corazón. Llénalos de cosas que te nutran, no que te drenen.
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Valentina Lepage
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