Me parte el alma escuchar el llanto, los gritos de angustia y desesperación de los chiquitos que habían sido brutalmente separados de sus padres, enchina la piel, provoca enojo, tristeza e impotencia; no importa de quién es hijo ni cuál sea su nacionalidad, es experimentar compasión por el dolor del otro, porque formamos parte de la humanidad y ser compasivos es lo que realmente nos hace humanos.
Consecuencias de la separación familiar
Separar a un hijo de sus padres es un acto cruel que genera en los niños el mayor trauma que un ser puede experimentar con consecuencias fisiológicas, emocionales, sociales y hasta moleculares. Un evento de esta naturaleza y especialmente en edades tempranas puede provocar que un niño, a pesar de ser alimentado, vestido y cobijado adecuadamente muera por la falta de atención, estimulación y cariño.
Los niños inmigrantes, aún en compañía de sus padres, son sometidos a altos niveles de estrés, las condiciones del traslado, el clima, el hambre y los peligros que enfrentan, pero el impacto de éstos puede ser mitigado por el abrazo, los besos, los cantos y las palabras de unos padres amorosos.
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Al arrancar a un pequeño de los brazos de su padre o madre su cuerpo experimenta:
- Altos niveles de glucocorticoides, hormonas del estrés.
- Activación constante de la respuesta del estrés y eventualmente tendrán poca capacidad para recuperarse de eventos estresantes.
- Los altos niveles de hormonas del estrés debilitan los elementos protectores de sus cromosomas, reducirán su tamaño, acelerando el proceso de envejecimiento lo que inhibirá su desarrollo, no crecerán adecuamente.
- Se verá afectado su sistema digestivo evitando que su cuerpo asimile adecuadamente los nutrientes de los alimentos.
- Afectaciones en los centros de memoria, toma de decisiones y aprendizaje del cerebro. Su capacidad creativa y de aprendizaje se verá disminuido.
- Son susceptibles de padecer enfermedades mentales como ansiedad, depresión, estrés post-traumático y trastorno límite de personalidad.
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A estos niños no sólo se les está privando del amor y cariño de un padre o una madre, sino que también se les está quitando la posibilidad de una infancia feliz y una vida adulta plena y satisfactoria. Se les está lanzando a un futuro incierto, con pocas posibilidades de éxito, exponiéndolos a ser víctimas de abuso y caer en adicciones y conductas delictivas.
Sin embargo no todo está perdido, si estos niños son pronto reunidos con sus padres o en su defecto, puedan ser criados por un adulto amoroso, empático que les abrace, les brinde amor, les demuestre cariño y les haga sentir que son vistos, amados y aceptados se revertirán los efectos que este evento doloroso pudo provocar.
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Es asombroso el potencial enfermizo de la mente humana para inflingir dolor, pero más sorprendente es la capacidad de recuperación de la adversidad y del poder sanador de las relaciones humanas.
Nuestros niños merecen una sociedad que les brinde las condiciones para florecer y desarrollarse plenamente, es el deseo, la esperanza y el amor lo que hace a un padre arriesgarlo todo por dar a sus hijos una vida mejor. Nuestras familias pueden ser santuarios donde se ejerciten las habilidades humanas de la compasión y la empatía y no desensibilizarnos al dolor ajeno. Porque todos somos parte de la humanidad y si una parte de ella sufre nosotros también.
Evelina Valdés
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